Gabbio, un pequeño caserío montañoso de Ferentillo, fue dado por muerto. La cresta rocosa del pueblo amenazaba con derrumbarse. Se necesitaba apuntalarla. Y justo cuando lo estaban haciendo, un trozo de la montaña se derrumbó y atravesó la vieja iglesia románica. Dijeron que esta hermosa iglesia ya no estaba allí, y que los santos pintados en la cal en las paredes o en el ábside habían desaparecido. Pero no, hoy la maravilla de los colores mezclados por algún alumno de España han restaurado a los santos Sebastiano, Paolo, Pietro, Antonio con su cerdo, y el buen Dios que corona a la Virgen bajo un sol que brilla gracias a las cabezas de los clavos que el artista ha clavado en él para obtener un efecto especial, casi divino. Y San Vincenzo, que hizo el milagro. La gente todavía viene a pesar de que la ciudad se había convertido en una ciudad fantasma. Y el cura nunca ha dejado de venir aquí a decir misa por San Vincenzo, incluso cuando la iglesia ya no estaba. Son los hijos de los antiguos habitantes de Gabbio quienes para la ocasión reabren algunas casas, encienden el fuego y cuecen los frijoles con chicharrones en una olla.