domingo, 25 de agosto de 2013

El "Martirio de San Vicente" de Francisco Varela, pintor manierista de la Escuela Sevillana.

El culto a San Vicente estuvo muy extendido en Sevilla, donde existe una parroquia dedicada a este santo en la cual, precisamente Francisco Varela pintó el retablo mayor hacia 1635 con temas de su vida y martirio. Entre estas pinturas de la parroquia y la escena que presentamos se constatan intensas coincidencias estilísticas, especialmente en la descripción de las figuras que participan en el suplicio de San Vicente.
Al mismo tiempo se advierte en esta obra, una clara proximidad cronológica con las del retablo de San Vicente de Sevilla, puesto que su realización puede situarse entre 1630 y 1635. En estas fechas Varela aún no había superado la impronta estilística que había recibido en su formación, que se llevó a cabo en el ámbito sevillano del último renacimiento y que estuvo imbuido en un intenso espíritu manierista, en unos años próximos a 1600. Sólo treinta años más tarde, coincidiendo con fechas cercanas a la realización de este "martirio de San Vicente", Varela comenzó a incluir en sus pinturas algunos detalles naturalistas que en esta obra se reflejan en las figuras de los dos verdugos que aparecen sentados a la izquierda de la composición, que parecen esperar con gesto de aburrimiento su turno de intervención en el martirio. Hay en ellos una actitud ce cansancio y hastío, que parece estar observada por el pintor directamente de la vida cotidiana.
Por otra parte, el dibujo habitual del estilo de este artista, que es firme y marcado, se constata en esta obra en la plasmación de figuras de enérgica expresión que, en este caso, contratan con el suave estudio anatómico que el artista ha dado al semidesnudo cuerpo del mártir. Este detalle evidencia el interés que, a partir de 1630, se suscitó en la escuela sevillana por el estudio de la anatomía, en el cual destacaron principalmente otros pintores como Alonso Cano y Juan del Castillo. Parece que Varela, de alguna forma, se interesó también por la descripción armoniosa del cuerpo humano, a pesar de que la Inquisición prohibía a los pintores la utilización de modelos desnudos, tanto masculinos como femeninos.